Ha realizado estudios de licenciatura en la UAG, de especialidad en la UAM-Azcapotzalco y de maestría en la UNAM. Publicó las plaquettes, La rueca de Gabrielle (Editorial de otro tipo, 2014), Elogio a las rain boots que no tengo (Editorial de otro tipo, 2015) y Café Bausch (Colección La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Obtuvo la beca PECDA de Guerrero en el 2011 y 2014. Logró el Premio estatal de poesía joven en 2014 y de ensayo en 2015. También ha merecido el Premio al Mérito juvenil de Guerrero en el 2014. Fue becaria del programa Jóvenes creadores del FONCA en dos ocasiones.
Cuarteto para Cronos
- Mientras una hora
Reunión de tres cada martes a las cinco. Nos sobra una hora a los cuatro. Sesenta minutos en un lago vacío. El tiempo nos persigue toda la semana, pero nos sobra una hora cada martes. Hablamos de cinco a seis. Contamos los minutos: falta media hora, un cuarto, diez. Dos llevan relojes, rodean sus muñecas los brazos del tiempo, escuchamos el tic-tac que avanza: un bestiario de sombras en sus muñecas. Nuestras horas perdidas suenan a tedio, a paseos de parque, a basura anidada en la esquina. Horas muertas. El tiempo sediento en un salón de maestros. Nos sobra y hablamos. El viejo ritual en la boca, ellos dicen de sus mañanas: ponerse corbata, loción, el reloj, tomar el portafolio y a correr. No tengo un minutero en la muñeca, las manecillas no andan por mis manos, tampoco acostumbro corbatas. No sé leer brújulas. No es igual, dicen. Tener un reloj es ser demiurgo del tiempo, pero nada lo frena. Los martes, acorralados en esta sala de ecos, veo sus relojes: artefactos del pasado para medir el presente.
- Extraviar la puntualidad a los diez
No tuve un reloj Casio a los diez años. Tuve un reloj rojo a los dieciséis, en el fondo tenía el dibujo de Snoopy, no fue un regalo; lo compré al ahorrar sobrantes del dinero que me daban para comer en la escuela, Cronos a la inversa. Perdí el reloj, lo guardé en la bolsa lateral de mi mochila y adiós, nunca más reloj. Era rojo y grueso. No tuve un reloj Casio. No me recuerdo a los diez años. Tuve uno rojo de Snoopy y lo extravié. Dieciséis años y viajar a la escuela, abrir la puerta a tiempo, aprender a ser puntual, a valorar mis primaveras. Usaba mochilas mínimas, con bolsas laterales. Salía corriendo de casa cuando el sol todavía no asomaba sus pestañas. El Snoopy se acomodaba en una de las bolsas laterales. Alguien, una bestia sombría, tomó mi reloj. No tengo ahora, ya nunca usé. No tengo diez años ni dieciséis. Nunca tuve un Casio. Regalos sí, antes y después de los diez: nada que ver con manecillas.