Nació en Villa de Comaltitlán, Soconusco, Centroamérica, 1974. Exfutbolista, biólogo y diplomado en teología pastoral, autor de veinticinco libros de poesía. Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014, Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017 y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018. Miembro del Sistema Nacional Creadores de Arte de México.
Entre sus publicaciones más recientes: Logomaquia (Puerto Rico, 2012), Braille para sordos (México, 2013), Libro de sal (México, 2013), El órgano inextirpable del sueño (Guatemala, 2015), El corazón es una jaula de relámpagos (España, 2015), Desmemoria del rey sonámbulo (México, 2015), Iceberg negro (México, 2015), Bardo. Pequeña antología (Chile, 2016), Silbar de mirlos para la hermusa (México, 2016), Sobras reunidas (antología de poesías & pensamientos inútiles) (México, 2016), Colibrije (México, 2017), Marabunta (2017) y Libro centroamericano de los muertos (México, 2018).
Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, portugués, zapoteco, polaco y francés, y aparecen en antologías, revistas y diarios de México, así como en publicaciones de Alemania, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, Guatemala, Honduras, México, Perú, Polonia, Portugal, Puerto Rico y República Dominicana. Su obra ha merecido diversos reconocimientos, entre otros: Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2012, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2014, Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco 2016, Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2017 y Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018. Miembro del Sistema Nacional Creadores de Arte de México.
Oración del migrante
No quiero levantarme, padre.
No me levantes, madre.
Prefiero caer, prefiero caer,
en los filosos y amorosos brazos de La Bestia.
Nadie quiere ser levantado, madre.
Nadie quiere ser levantado, padre.
Me levantabas para ir al colegio, padre.
Me levantabas para ir a jugar, madre.
Me levantaba del sueño la caricia de tus manos,
madre, me levantaban de la mesa tus palabras,
padre, y yo levantaba la cara hacia el sol.
Una vez levantados íbamos a la milpa,
íbamos al bosque, a los yerbajes del tiempo.
Pero aquí en Tenosique, padre,
otros me han levantado, madre.
Con humillaciones, con torturas,
con violaciones, con masacre.
Me han levantado más temprano
y más tarde que usted, madre,
y para siempre, Padre.
No quiero ya que me levanten.
Nunca levantarme,
que nadie más me levante.
Las sábanas que cubren mi rostro
no son blancas, están teñidas de sangre.
Llévense mi cuerpo en andas, hasta Honduras.
Llévense mis lágrimas, mi cuerpo a lomo de ataúd.
Llévense mis huesos negros y entiérrenlos en Tegus.
No quiero que vuelvan a levantarme, padre.
No quiero que regresen a levantarme, madre.
No quiero ser levantado. Díganles que no estoy.
Nunca me levantes, padre.
Nunca me levantes, madre.
16°07’12.1″N 93°48’11.7″W — (Tonalá, Chiapas)
Tengo 11 años, ahora y para siempre.
Nací en el Barrio FendeSal de Soyapango,
cerca de San Salvador, pero a mí nadie,
nunca, me salvó.
Mi padre fue asesinado por pandilleros
de la Mara Salvatrucha,
le quitaron una soda y una cora; no tenía más,
ganaba tres dólares al día en el vertedero.
Yo le ayudaba jalando el carro
y a veces encontrábamos comida
en las bolsas de desechos que llegaban de Metrocentro
y regresábamos contentos a la casa.
Huí de Soyapango con Pablo, de quince años,
mi amigo de la calle.
Quería ser futbolista como yo y jugar
en la Selecta, iríamos a la MLS a probar suerte,
por eso intentamos llegar a Estados Unidos,
en donde hay más dólares que pandillas.
En un local de tortas mexicanas,
en Coatepeque, Guatemala, miré en la tele
un bárbaro documental sobre el Mágico González:
jugando para el mejor Cádiz de la historia
le metió dos goles al Barcelona
el año en que nació mi padre: 1984;
lloré de la emoción.
Dos días hasta llegar a la frontera con México;
atravesamos el río y subimos al tren La Bestia
adelante de Tecún, en Ciudad Hidalgo.
Antes de Arriaga me quedé dormido
y todavía sigo cayendo.
Llevaré para siempre, como el Mágico,
un 11 tatuado en la espalda;
quizá por el número de bolsas en que guardaron,
todo partido, mi cuerpo;
tal vez porque traía puesta la camisa de la Selecta
con la misma cifra o porque la muerte lleva
el 11 infinito de las vías del tren grabado en el vientre.
Antes de caer, Pablo me contó este sueño:
Veía yo a Roque Dalton levantarse de entre los vivos
y venir de nuevo al mundo de los muertos.
A su diestra, el Mágico González driblaba a la muerte
y le hacía la “culebrita macheteada”
pateando cabezas decapitadas de pandilleros cuscatlecos,
haciéndole tremendo caño entre las piernas.
El estadio Flor Blanca estaba lleno, había un velorio inmenso
donde la muchedumbre velaba a los migrantes muertos.
Sé que Dios juega futbol allá en el cielo.
Pero aún no quiero estar en su equipo.
Me quedaré esperando en la banca
hasta que me llamen, sonriendo,
mi amigo Pablo y el Mágico González
para jugar con ellos.