La fuerza del Jaguar, del «Balam», desgarra a cualquier lector cuando se aproxima a la presencia de este fabuloso «El órgano inextirpable del sueño». La Luna cambia su órbita como siguiendo al árbol nómada que decide tomar el camino de los llanos del silencio. Se puede ser un rey sonámbulo y palabrear hasta soñar. Existe un escape de la ceguera, su destino es el corazón de la belleza más monstruosa. Aquí no se necesita «la poesía». Aquí todo es poesía. Sólo basta detener los ojos en cualquier punto, y entonces surge como un pájaro el poema.
La voz enorme de Balam Rodrigo —testimonio clave de las permanentes huellas, de las magníficas visiones del corazón, de la imposibilidad, de los millones de manos que florecen sobre nuestros paisajes— es una cordillera fulgurante en la geografía de la poesía latinoamericana del siglo XXI. Capaz de congregar cataclismos de su propia creación con la fuerza de la tradición literaria mexicana y la oralitura —como ya mencionara Mario Roberto Morales en Guatemala— que nace de los viajes, de la propia experiencia, del transitar sobre este territorio tan golpeado como nuestro. Región que no solo se limita al espacio geográfico, sino se extiende al territorio del lenguaje, de la sensibilidad, de la fe que sobrevive a pesar de las tinieblas, de las patologías. Balam proporciona la respuesta más potente ante la magnitud del incendio.
Alexander Socop Arango, Quetzaltenango, Guatemala, abril 2015.