Fernando Trejo -México-

(Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1985). Es egresado de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de Chiapas, y diplomado en Guión Cinematográfico por la Universidad Nacional Autónoma de México / Universidad Descartes. ha publicado los libros de poesía Circuito Amor (Morelia, Jitanjáfora, 2002); Raíces de un sueño (Tuxtla Gtz., Viento al hombro, 2002); Por las mujeres, hermanos, escribamos (Tuxtla Gtz., Viento al hombro, 2005); ¿A dónde van las palabras? (Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2006); Alba por los caminos (Tuxtla Gtz., Universidad Autónoma de Chiapas, 2006), Cuaderno Invertebrado (Tuxtla Gtz., Viento al hombro-CONECULTA Chiapas-CONACULTA, 2009), bérsame (Tuxtla Gtz. Secretaría de Educación de Chiapas, 2011; Segunda Edición CONECULTA-Chiapas, 2014)), Travelling (Ciudad de México, Literal, 2011; primera reimpresión 2014), Las alas de mis ensoñaciones que son pájaros (Puerto Rico, Espejitos de Papel Editores, 2012), Solana (Ciudad de México, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2014; Segunda Edición, Mantis Editores-UNACH-El Carruaje Ediciones, 2018), Ciervos (Monterrey, Atrasalante-CONECULTA-Chiapas, 2015) Base Atenas (Guadalajara, Mantis-CONECULTA-Chiapas-UNACH, 2016), La abuela está en la casa porque he visto su voz (Sonora, Cuadrivio – Instituto Municipal de Cultura y Arte de Hermosillo, 2018). Ha sido becario en los períodos 2004-2005 y 2007-2008 por el Programa de Estímulos para la Creación y el Desarrollo Artístico (PECDA) en el área de poesía; del taller de poesía Bosque sin Senderos, en San Agustín, Etla, Oaxaca, por el CONECULTA Chiapas 2007. Becario del Instituto Mexicano de Cinematografía en producción y diseño sonoro en 2010; y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en 2018. Ha obtenido los siguientes premios: Juegos Florales San Marcos 2006,  Premio Municipal de la Juventud 2007, Premio Regional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2008, Premio Estatal de la Juventud 2009 en el área de poesía, Premio de Literatura Joven Max Rojas 2011, Mención Honorífica del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2014, Juegos Florales Nacionales Anita Pompa de Trujillo, Segundo Lugar Premio Nacional de Poesía Joven Jorge Lara 2014, Premio Regional Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2015, Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2017, Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018, Premio Estatal de Poesía Armando Duvalier 2019 y Premio Primeros Juegos Florales Raúl Garduño 2020.

Son tantos en la habitación. Intermitentes. Mi abuela se ha encargado de volcar la casa. Abre la noche el hocico del viento,
mece los árboles de mango donde sucede un espanto de pájaros maduros.

Yo le digo a mi hijo que debemos tentar todos los silencios. Porque la calle, afuera, es un ancho fantasma.

Ahora mismo el árbol es una sombra larga,
la multitud de manes le enciende una oscuridad que se le es- capa entre las ramas: pasa la Negra llevándose el sonido entre los saltos. Quedamos apagados.

La casa está habitada por visiones que oímos porque sus ruidos se asoman,
porque las ventanas corren las cortinas.

Una construcción es también un cementerio.
No somos los únicos,
le digo a mi hijo que asomado por la puerta
ve cómo las manos de la lluvia empiezan a descolgar las hojas de los árboles:

lloverán mangos, papá, dice.

Lloverán, respondo mientras busco en las paredes las costuras de la muerte, la apariencia de mi abuela. Quizá haya una forma de morirla para siempre.

Un fantasma no sabe que lo es. Porque es sueño. Camina sobre setos,
sobre huellas que la Negra borda en su maraña. En cada esquina de la casa aparece húmeda

la sombra de la muerte.
Se contenta con sus lenguas de gato. Fría es.

Hay un temblor de luz, dice mi hijo.
Me siento frente a él y anoto lo que dice: La abuela está en la

casa porque he visto su voz.

Hay sombras que no caben
y tienden a alargarse de más por las paredes.
Hay sombras que no caben
y tienden a saltar por las ventanas.
La sombra de mi abuela
es semejante a la nostalgia de su breve sonrisa, porque verla me hace recordar la sombra que nos fue.

Uno se repite en el inmenso mar donde un niño que tiembla, brinca y se divierte, viaja sobre el lomo de un barco fantasma.

Yo sonrío porque mi hijo se me queda viendo con los ojos de mi abuela, como si dentro de sí, un invento en su pequeña memoria dibujara sus formas preguntándose quién es, mirándose otra vez frente a mí,

pero muy lejos.

Porque existe un mundo más allá de lo humano.
Un mundo que no han tocado mis ojos. Un sitio donde mirar es una forma de sentir el tacto, una forma de asirse y estirarse. Un paso irremediable.
Es una habitación o es esta casa. Podría ser esta ventana. Una cortina abriéndose. Fisurándose.
Las llagas que se agrietan en el cuerpo.
Una cama en el aire, suspendida.
Una gota que yace en la estalactita del sueño, que se repite de pronto, una y otra vez.
Una gota que a punto sobresale caliza,
que cae y efímera te desprende del sueño.
Una gota que te regresa del mundo más allá de los ojos,
para sentir una llama,
para acostarse sobre una alfombra de flores,
frente a un altar donde se alumbra tu rostro, mirándote.