Francisco Morales Santos nació en Ciudad Vieja, Sacatepéquez, Guatemala, el 4 de octubre de 1940. Principió a escribir poesía cuando tenía 17 años.
Sus primeros escritos aparecieron en el semanario Antigua y, años después en el desaparecido diario El Imparcial, que para los escritores guatemaltecos era un espaldarazo.
Fue cofundador del grupo de poetas Nuevo Signo, con los escritores José Luis Villatoro, Roberto Obregón, Luis Alfredo Arango, Delia Quiñónez, Antonio Brañas y Julio Fausto Aguilera.
En 1998, el Ministerio de Cultura y Deportes le entregó el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias”, en 2009 la Universidad de San Carlos de Guatemala le otorgó la distinción Emeritissimum.
Escribe poesía y narrativa. Ha publicado los libros para niños: Popol Vuh para niños, Tío Conejo y Tío Coyote, Ajonjolí, Árbol de pájaros, Con ojos de girasol, Relatos de la tradición oral guatemalteca.
La antología personal Asalto al cielo (término empleado originalmente por Karl Marx) reúne la mayoría de sus libros de poesía —Escrito sobre olivos; Tenebrario; Cuerno de Incendio; Cartas para seguir con vida; Ceremonial contra el olvido; Poesía para lugares públicos; Aliento de un largo amanecer; Artefacto; Al pie de la letra; Madre, nosotros también somos historia; Implicaciones del verbo amar; Escrito sobre fondo oscuro.
Ha realizado tres antología de Poesía guatemalteca: La primera fue Los nombres que nos nombran, publicada por la Tipografía Nacional de Guatemala en 1983; la segunda edición fue hecha por Magna Terra editores en 2010. Una segunda antología, cuyos poemas recopiló, fue Exodus / An Anthology of Guatemalan Poets (English and Spanish Edition) by Francisco Morales Santos, Alison Acker, Alfredo Saavedra. Y la tercera fue Nueva poesía guatemalteca publicada por Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1990.
Es el primer poeta guatemalteco de origen kakchiquel. Muchos de sus poemas han sido traducidos a varios al quiché, inglés, francés, portugués, italiano, griego y ruso. Figura en antologías publicadas en Guatemala, México, El Salvador, España, Brasil, Argentina, Francia, Inglaterra, Ecuador y Colombia.
Durante 21 años dirigió la Editorial Cultura del Ministerio de Cultura y Deportes y durante ese tiempo publicó un sinnúmero de autores guatemaltecos en su mayoría jóvenes, obras bilingües (q’anjob’al-español, k’iche’-español, cakchiquel- español), así como escritores guatemaltecos del pasado. Asimismo, publicó autores de habla hispana en el momento de su centenario, como Miguel Hernández y César Vallejo.
Estableció el premio Marilena López de literatura infantil y juvenil.
ANTIGUA GUATEMALA
Para Alma Consuelo Leiva, la inolvidable Manzanita
*
En el empalme de las piedras
donde únicamente afloran
helechos muy pequeños
de semillas traídas por el aire,
en las gárgolas y las cornisas rotas,
sobre el ala de un ángel
o en las grietas cenizas de tus muros
donde el viento y los pájaros dejaron
puñados de semillas,
ahí quiero dejar mi corazón.
*
Mientras duerme esta tierra hermosa
donde ocurrió mi infancia,
me convierto en un velo de niebla
para cubrirla y abrazarla toda
y voy en busca de mi edad primera
entre hogueras de recuerdos,
llamaradas de rosas
y bugambilias con glamur de novias.
*
Mi tacto nunca ha sido ordinario,
indiferente o ciego,
pues siempre fue pulido
por tus formas de barro y calicanto
y los bordes de un alféizar.
*
Como todas tus fuentes
también tengo legítimo derecho
de guardar tu cielo.
*
Aunque quiera alejarme,
pensando que en tu espacio
solo soy residente
porque que la tierra en que nací
está lejos,
con el tiempo me fui volviendo parte
de tus calles, tejados y portales
como el grafitti de los enamorados.
*
Más que un niño,
fui un árbol errabundo
que andaba por tus calles
en la búsqueda de una estación granada
y fui brazo para la bugambilias;
para las aves, nido.
*
Tú no eres
más que una foto añeja
de la feria que fuiste en mi adolescencia
una corriente inmóvil a la hora del suspiro
de cuyo fondo salen los días olvidados
con el tiempo ido como una ofrenda.
*
De piel a piel
tus piedras y mis pies urdieron
una pasión alterna
que pudo salir más refulgente
del azogue de una larga ausencia.
*
Tú me diste el asombro
y me dotaste de palabras
para reedificarte;
me armaste caballero
para luchar contra el olvido
y navegué en tus ríos de piedra
día a día
tras la huella del tiempo antepasado
y las insinuaciones del futuro,
alumbrándome con soles de mayólica
y estrellas de hojalata.
*
Ciudad donde el martillo
hace música en el yunque
en el marco de la Calle Ancha,
donde el barro y las manos
se entregan como amantes
y la cuchilla
es noble instrumento
en el dibujo zapatero,
ciudad de alfombras hechas
para vestir la primavera.
*
Ahí viene César Brañas.
Lo aclaman soñolientos
faroles y campanas
cuando la madrugada
se vierte en los tejados.
Enrique Wyld Ospina
transita hacia el pasado
y en dirección contraria
va Luis Cardoza en busca
de Rafael Landívar.
¿Quién provoca estos ires y venires
y estas voces con ecos en mi mente
sino tu nombre añejo?
*
Aquí no hay puertas
porque nadie quiere
salirse del asombro,
mucho menos tu tiempo antepasado
ni los cuerpos celestes
que anclaron en tus fuentes
ni los templos en ruinas
asidos a los ecos
de cantos y plegarias
ni las flores guardadas en cuadernos
por las primeras novias.
*
El tiempo se entretiene agujereando piedras
que la lluvia toma para sus resonancias
y se guarda los ojos de la imaginería
que miraron al alba
convertirse en un lirio calcinado.
*
Antes, mucho antes
del primer jinete
espoleando su avaricia;
antes, mucho antes
de la primera piedra
seguida de herramientas
y riñas
fuiste fronda
sin lindes
donde andaban los hombres a sus anchas
al cuidado de dioses tutelares.
*
Aquí me tienes
desvelando puertas
ventanas y cerrojos
en busca de residuos de claridad antigua
y de la cuota de amor que quieras darme.
Soy el pájaro ciego que te canta,
la lluvia pertinaz que te refresca
y el viento placentero
que orea tus jardines.
*
Amo tu paz de alas angélicas
y voces circunspectas
y soy como la yedra
que se abraza al muro.
*
Vivo al tanto de tus piedras
como si fueran relojes
obligados a estar despiertos
como si fueran pedernales
para encender recuerdos
como si fueran soles
para fundir holladuras.
*
Sabes darte a querer,
te dejas ver
tocarte…
pero no te entregas
porque en ti todo es introspectivo,
corriente subterránea
que fluye con soltura
de las deshabitadas iglesias y conventos
y nada es transferible,
¡nada!,
porque el fuego es uno
lo mismo que el derecho a morirse
y resucitar entre tus rosas.