Guillem Gavaldà –Cataluña–

Crece con la extática velocidad del milenio en su cerebro en las orillas del químico río Sec: dulce y veloz. Y, casi sin comprenderlo, crece con el miedo acelerado de arrollar todo aquello que lo bordea y acaricia desde su singular espanto. Tanto brío y tanta noche le encubren su adolescencia en Barcelona. Allí Gavaldá se cobija. Y, quizás, entonces le llegan las palabras de Blai Bonet, Víctor Catalá y Mercé Rodoreda. Hace Estudios Clásicos en la Universidad Autónoma de Barcelona. Y, entonces, le impacienta tanto la torcedura de las palabras que necesita definir todo aquello que despacio le va atosigando.

Entre sus publicaciones destacan la del año 2016 cuando publicó “Fam Bruta”, LaBreu Edicions; Cafè Central; AdiA Edicions, su primer poemario, con el cual fue galardonado con el premio Francesc Garriga. Y, más tarde, en 2017 ganó el premio Miquel Bauçà de Felanitx con su segunda obra poética, “Brànquies” (AdiA Edicions). La poesía de Gavaldà ha sido traducida al castellano, al inglés, al turco y al griego. A partir de entonces, sus versos florecen en el ritmo de todo aquello que lo disturba y define, siempre, desde la turbulencia presta de su cuerpo.

El anochecer

“I només penso en puteries. De vegades em poso trist de veure que no em fa vergonya desvestir-me davant els altres. Com si no tingués res. Jo em despullo com si no tingués res”

Blai Bonet

De viento. Si cada sed

se me muere se me muere por la ternura

de alguna entraña nueva. Por una noche que

hacía viento que era suave, y que por dentro

no calaba aquella sed: ni la quería.

Era un cuerpo que me abrevaba en ese

enorme hambre. I era la noche. Un cuerpo. La

tráquea hasta la boca; los pulmones.

Yo que quisiera como agarrar —bien adentro

y todo intacto— si pudiera que agarrar el aire

que me sale de un pulmón i tornarlo

sed en mi boca para decir que

solo en un aliento yo a mí, así, ya me querría.

De viento. Si cada sed

se me muere se me muere por la ternura

de alguna entraña nueva, adentro de un

respiro. Adentro del viento suavísimo que me azogaba

adentro de la boca húmeda del aire, del ahogo,

de la noche si era oscuro. I esa mía

soledad, como un vértigo adentro en mi

como una pena —un alarido— que me extravía.

De viento. Si cada sed

se me muere se me muere por la ternura

que nunca sabré conocer ni nunca podré

conocer, adentro en mí, el espanto por

darme en el calor de alguna

entraña nueva.

Puñeta

Un gozo. Y tampoco me permito

un gozo (ni migaja de un pellizco)

cuando me cachean. Y a pesar de todo:

un gozo, el hambre acalambrando

la migaja de un pellizco –donde debo

permitirme- y este mal curarse

en los cristales cuando se empañan,

cuando se sacian del miedo y siquiera

no les queda un gozo que

les apiñe ni cachee, desmenuzado,

cuando poca gula y mucha hambre.

Un gozo. Y tampoco me permito

un gozo (ni migaja de un pellizco)

cuando me cachean. Y a pesar de todo:

un gozo y mucha hambre, si al menos

tuviese el miedo descalzado en los

cristales. Y quizás. Se me encostra

una alegría como un mal; una alegría

como el miedo cuando empaña. Una

alegría. Y el miedo, cuando empella.

Y el miedo, cuando encostra. Y el miedo

cuando es bezo y repelón. Un gozo

que rebaño. Y a pesar de todo. Mucha hambre.