Henry Alexander Goméz – Colombia –

Nació en Bogotá en el año de 1982, Magister en Creación Literaria de la Universidad Central y Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Es director del Festival de Literatura “Ojo en la tinta”. Ha recibido diferentes distinciones, entre ellas, el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y el Premio Internacional de Poesía José Verón Gormaz de España por el libro Tratado del alba (2016). Es cofundador y editor de la Revista La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com) y docente en las universidades Javeriana y La Salle.

Dentro de sus escritos destacados se encuentra “Tratado del Alba” 2016 , así como también los libros publicados: “Memorial del árbol” 2013, Segundo Premio Nacional de Poesía Obra Inédita; “Diabolus in músical” 2014, Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía; “Georg Trakl en el ocaso 2018; “La noche apenas respiraba” 2018 Mención Honorífica Certamen Internacional de Literatura Sor Juan Inés de la Cruz y Finalista del Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura.

Del libro La noche apenas respiraba (Fondo Editorial Estado de México. Toluca, 2018)

EL BORRACHO

“El borracho”, le decíamos. Un soldado

que rezaba a media lengua y disparaba

por la culata de su fusil.

El lanza Ramírez era un puñado de niño,

un medio hombre que intentaba cazar tigres

con la mirada perdida.

En la noche no paraba de contar estrellas.

“Borracho, caiga en veintidós de pecho”,

decía el capitán. “Borracho, usted solo

va a barrer la plaza de armas

y va a brillar la estatua de mi general Mosquera

hasta la madrugada”, le ordenaba el dragoneante.

El sargento Maldonado lo levantaba

a las tres de la mañana con un cubo gigante de agua.

Un día, mientras almorzábamos lentejas

bañadas en quenopodio,

se voló los sesos con su Galil AR 7,62.

Dejó una gruesa pasta de sangre

con pedazos de hueso por todo el techo del baño.

Lo levantaron como se ajusta una puerta caída,

como quien pone una cortina negra

para tapar la ventana rota.

Pero el borracho, el lanza Ramírez,

no paraba de contar estrellas.

Se quedó en el baño,

espantando con su media lengua

y quemando la lluvia con el hedor de sus sesos.

Se le apareció en el espejo al sargento Maldonado

cuando se cepillaba los dientes. Le cerró la llave del agua

al cabo Zapata mientras se duchaba.

“Te voy a matar, maricón”, dicen que le susurró

al dragoneante Otálora, luego de voltear a un soldado

que lavaba el piso de los retretes.

Con mis huesos tiznados por el estruendo del miedo,

sentí su torpe respiración una noche

que fui al orinal, luego de prestar guardia.

Éramos soldados con el corazón disfrazado

por la muerte, intentando olvidar el rostro de la madrugada

traspasado por el rojo cañón de nuestros fusiles.

El sargento Maldonado

pidió la baja.

El lanza Ramírez, el borracho,

nunca paró de contar estrellas.

GAS MOSTAZA

Un cielo tejido por la lepra

llenó el canal que había en la falda de la montaña

y nos rodeó de punta a punta.

El teniente Rojas disparó varias veces su lanzagranadas

como quien clausura las puertas de un laberinto

donde la hiedra ha perdido el camino.

Las granadas incendiaron la prisión

y la soga del humo nos apretó el cuello

hasta dejarnos desechos los pulmones.

Incluso el aguacero se colaba

debajo de nuestros cascos de guerra

e intentaba encontrar un pequeño orificio

por dónde respirar.

El infierno tiró al suelo el armamento.

El soldado Orozco le pidió a gritos

a la Virgen María

que le atara el cordón de su bota militar.

El sudor de los fusiles, por primera vez,

me expropiaba del aire

y me cosía los huesos uno por uno

a la risa astuta de la guerra.

Nada quedó a salvo,

ni siquiera las uñas aferradas a las paredes de cal.

—Han dejado de ser reclutas —nos gritó

el teniente Rojas—, se acaban de graduar como miembros

activos de las Fuerzas Militares de Colombia —replicó.

Despertamos con el uniforme lleno de odio,

viejos,

como niños expulsados del paraíso,

con una constelación de sombras rotas detrás de las orejas.

Existe en el mundo

un alto riesgo de caer en las cadenas

que nos ofrece la victoria.

Las cosas iban perdiendo su color natural.