Juana Ramos -El Salvador-

Nació en Santa Ana, El Salvador y reside en la ciudad de Nueva York donde es profesora de español y literatura en York College, CUNY. Ha participado en festivales y lecturas de poesía internacionales en México, Colombia, República Dominicana, Honduras, Cuba, Puerto Rico, El Salvador, Argentina y España. Ha publicado los poemarios Multiplicada en mí (Artepoética Press, 2010; segunda edición revisada y ampliada, 2014); Palabras al borde de mis labios (miCieloediciones, 2014), En la batalla (Proyecto editorial La Chifurnia, 2016), Ruta 51C (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2017) y Sobre luciérnagas (Proyecto Editorial La Chifurnia, 2019). Es coautora del libro de testimonios Tomamos la palabra: mujeres en la guerra civil de El Salvador (1980-1992) (UCA Editores, 2016). Además, sus poemas y relatos han aparecido publicados en varias antologías, revistas literarias impresas y digitales a lo largo de Latinoamérica, EE.UU. y España.

Efemérides

Mi madre nació en tercer día

noviembre escuchó su primer llanto.

Una anemia perniciosa

la acompañó en su infancia.

Quiso ser enfermera,

acabó siendo maestra,

quiso mucho a un tal Edgardo

y se entregó entera a un don Julio.

Mamá supo a destiempo de sábanas

que prometían cobijarla

de un altar donde tuvo que ahogar el grito

de un hogar que nunca encontró casa.

A mi madre le nació una niña

en la que cifró todas sus esperanzas.

Mamá soportó inviernos,

crio hijos ajenos en una ciudad igualmente ajena

que le mostró los dientes y una que otra sonrisa.

Se llenó los ojos de aceras y de muchedumbre

y de calendario y de muchas lágrimas.

Vino, fue y volvió,

guardó siempre una esperanza.

Ha encontrado hogar en los hijos de su hijo

y en un hombre bueno que

la tomó de la mano.

Mamá nació en tercer día

setenta años hace.

Lo que quiero

Azul de montaña,

un silencio a su lado quiero.

Y ojos y boca y tacto y oídos.

Empacho de ciudad:

de sirenas luces niños

hombres y mujeres.

Hartazgo de ciudad.

Una madre y un perro

una nueva despedida

para por fin soltar el llanto

un cuerpo, el que enterró

su ombligo en tierra infértil

es todo lo que quiero,

antes de cruzar el puente

el interminable puente.

Una tarde de mayo

La jeringa supura

la culpa, el alivio, el miedo.

En casos como este,

apunta el verdugo,

suele ceder el esfínter.

Hago como si no escuchara

y mis labios Iscariotes

pronuncian un beso.

Es la mejor decisión

(un eco a lo lejos).

Se instalan de nuevo

el alivio y la culpa.

Me precipito en lágrimas

es la hora del naufragio.