Pedro Poitevin es doctor en lógica matemática y profesor en Salem State University, en Massachusetts, EUA. Al margen de su investigación en matemáticas, sus poemas en inglés y español han aparecido en Rattle, River Styx, Everyday Genius, el Periódico de Poesía de la Universidad Autónoma de México, la Revista de Poesía de la Universidad de San Carlos de Guatemala, y Letras Libres, entre otras publicaciones, y sus palíndromos han aparecido en El Gran Vidrio y Nagari. Su primer libro de poesía, titulado “Perplejidades”, fue publicado por Ediciones La Joplin, en México, DF, en el año 2015. Su libro de palíndromos “Ateo Pedro Va Para Pavor de Poeta”, publicado por Ediciones La Galera, apareció en México ese mismo año. Su cuenta de Twitter es http://twitter.com/~poitevin.
En el Jardín
El cielo entre los hilos de los arces
absorbe los colores del otoño.
A veces viene el viento a desprender
un puño de hojas secas que dibujan
trayectorias distintas rumbo al suelo.
El ritmo de los pasos del prodigio
lo marca la hojarasca con crujidos
que se asemejan a susurros de asma.
Las copas de los arces son los bronquios
de un pulmón que envejece con el día,
y pienso en mis parientes Arce vivos
y en los pulmones del poeta muerto,
aun cuando no muy lejos tengo a mi hijo,
quien con ese su eslalon, esas fintas,
me lanza en direcciones encontradas,
y luego, un par de pasos frente a mí,
hace que el pie derecho apenas roce
la parte superior de la pelota,
y —vuelta de hoja— gira sin perder
el equilibrio, exhala, planta el pie
derecho, y con la suela del zapato
izquierdo, arrastra suave su primera
roulette en el estilo de Zidane.
Él y yo celebramos, pero escucho
el ronquido del asma, casi mudo,
y sé que llega el tiempo del silbato.
Me rindo, por supuesto, y que perdonen
mis parientes —los vivos y los muertos—
que ya no piense en ellos de momento,
pero los altos arces de mi casa,
las hojas amarillas en el suelo,
y mi retoño futbolista y yo
estamos ocupados respirando.
Soneto en Invierno
El cielo está soñando que se cae.
Los pinos encanecen en silencio.
El gato se refugia del invierno
junto a tus pies rendidos. No, no sabe
(cómo lo va a saber, no habita el tiempo)
que escribes el pasado, que las hojas
que van cayendo al suelo son memoria.
Maúlla. El gato vive en el momento.
El cielo está soñando que se cae,
piensas, los pinos encanecen, todo
converge al infinito, a la hoja en blanco.
¿Para qué procurar lo perdurable?
Y sigues escribiendo pese al gato,
quien no comprende que eres el otoño.
Aeropuerto
Entra la luz del sol por las ventanas
a iluminar a medias el revuelo
de pasos y valijas.
En una esquina hay una madre
dándole de comer a su hijo.
Del otro lado de la entrada
una pareja se despide.
Tránsito, flujo permanente
en el pasillo, y sin embargo,
la taza de café en mis manos,
el minutero del reloj,
una palabra,
siempre hay algo que a veces se detiene.